¿Están los popotes, pajillas o pitillos camino a la extinción?

Friends drinking milkshakes in a bar and have lots of fun; focusLos popotes, pitillos o pajillas, esos tubos de plástico para las bebidas están en la mira de decenas de organizaciones ambientalistas que exigen su desaparición. Te contamos los que debes saber.

En casi cada país de América Latina tienen un nombre distinto: popote, carrizo, pajita, pajilla, calimete, absorbente, bombilla, pajita, cañita… en inglés se llaman straws. Estos productos para beber líquidos datan de hace miles de años pero desde el siglo pasado son hechos de plástico, lo que afecta al medio ambiente.

Un popote es utilizado sólo una vez, para sober una bebida, por lo regular fría. Es parte importante de bebidas como la malteada o el mojito. Pero tras minutos de uso, de inmediato se convierte en basura de plástico causando daños especialmente para los animales del mar.

La contaminación que causan los popotes. Algunos reportes cada día se utilizan miles de millones, tan sólo en Estados Unidos serían 500 millones. Eso ha provocado el surgimiento de organizaciones que piden la desaparición de las pajillas, como The Last Plastic Straw, No Straw Please, Straw Wars, Be Straw Free, el movimiento #AntiPopotes, entre otros.

Todo esto ha generado un impacto en social media, en restaurantes y en marcas de bebidas. En la Ciudad de México decenas de establecimientos de comida se han unido al movimiento. La multinacional Bacardí anunció en marzo pasado que eliminó los popotes de sus eventos de cocteles.

Es difícil saber si este cambio en el consumo de bebidas tendrá un efecto a corto plazo en las ventas de popotes pero las marcas productoras deben estar alertas e ir buscando nuevas áreas de oportunidad. Esta nueva forma de ver los popotes ha provocado el crecimiento de compañías que ofrecen alternativas de vidrio o metal.

 

Campaña contra el pitillo, un compromiso también de los restaurantes

prohibido-pitillo-560A través de redes sociales se están promoviendo en Colombia varias iniciativas para reducir el uso del plástico. El Ministerio de Ambiente anunció la regulación de las bolsas plásticas.

Por: Iván Hurtado / Loqueimporta.co

Para que iniciativas como #SinPitilloPorfa funcionen, es necesario que los restaurantes asuman un compromiso de verdad, y no esperen que el trabajo lo hagan, únicamente, los comensales.

El famoso discurso que David Foster Wallace dictó en 2005 en el Kenyon College es una de las mejores advertencias que conozco en contra del piloto automático. Es decir, contra pensar lo primero que se nos viene a la cabeza, que por lo general tiene que ver exclusivamente con nosotros mismos. Contra creer que somos el centro del universo.

Vivir en piloto automático significa vivir sin detenernos a pensar las cosas o a considerarlas de otra manera. ‘Esto es agua’ comienza así: “Dos peces jóvenes están nadando y de pronto se cruzan con un pez mayor que nada en la dirección contraria, quien les hace un gesto con la cabeza y les dice: ‘Buenos días, chicos. ¿Qué tal está el agua?’. Los dos peces siguen nadando, y finalmente uno de ellos se voltea hacia el otro y dice: ‘¿Qué carajos es el agua?’”. La idea de la historia, advierte Wallace, es una banalidad: que las realidades más importantes y obvias son las más difíciles de observar, de verbalizar. Lo dice porque el punto de su discurso es que tenemos la capacidad de enfocar la mirada, de decidir a qué le damos importancia.

Supongamos por un momento que los tres peces de la historia se cruzan de nuevo hoy, once años después de la lectura del discurso, y que el mayor de los peces repite su pregunta a los otros dos, ya no tan jóvenes y sí un poco mejor informados. Ya saben, por ejemplo, qué carajos es el agua. Su respuesta sería sencilla: “Contaminada”. Una respuesta más larga hablaría de enormes masas de plástico, tan grandes como países enteros, de basura y de peligros antes desconocidos. Lo cierto, en cualquier caso, es que los peces de hace once años, jóvenes y viejos, difícilmente habrían sobrevivido a esa basura.

Según datos de Plastic Oceans, cada año se producen en el mundo 300 millones de toneladas de plástico, “el equivalente al peso de todos los adultos en el mundo”. El plástico es especialmente nocivo por dos motivos: no se descompone y casi no se recicla. Dianna Cohen, cofundadora de Plastic Pollution Coalition, dice en una charla de TED que cuando habló con algunas personas que estaban estudiando las grandes masas de basura en los océanos se dio cuenta de que limpiar el plástico sería una gota muy pequeña comparada con las grandes cantidades que se producen a diario en el mundo, y que lo que había que hacer era detener el chorro. Esto en realidad lo pudo haber dicho cualquiera, y si lo menciono es por una razón más: Cohen es artista plástica, y dice que al ver cómo sus obras hechas en plástico se habían descompuesto encontró que el material simplemente se había convertido en trozos más pequeños. Una vez creado, el plástico es plástico, a pesar del paso del tiempo, implacable con otros materiales.

Hace poco, el Ministerio de Ambiente y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) anunciaron su campaña “Reembólsale al planeta”, con la que buscan erradicar las bolsas de plástico de menos de 30 x 30 centímetros y reducir en general el uso de unas bolsas muchas veces innecesarias. Los cálculos del ministro Gabriel Vallejo se encuentran en las noticias relacionadas: dice que los colombianos usamos en promedio seis de estas bolsas a la semana, lo que equivale a 312 bolsas al año. Es decir, mucho plástico. Mucha basura. Mucha contaminación. Las bolsas tienen una utilidad muy breve y un impacto contaminante perenne. Bien por esta iniciativa.

¿Qué pasa, entonces, con otros plásticos? Hay uno que me interesa en particular, porque lo encuentro especialmente inútil: el pitillo, una herramienta que se inventó para ahorrarnos el esfuerzo de levantar el vaso hasta la boca y tomar poniendo los labios contra el recipiente. Soy injusto: el pitillo a veces es necesario. Se inventó con buenos motivos (para filtrar las bebidas) y es su uso en piloto automático el que lo ha llevado a extremos ridículos. Pero entiendo que una buena malteada lo exija, un jugo generoso y espeso. Son casos puntuales, de cualquier modo: excepciones. En la mayoría de los casos, los pitillos sobran, y pronto se tratan como lo que son: sobras. Que su uso es más higiénico, podrían decir: como si en los restaurantes no se lavara la loza y los cubiertos también fueran plásticos.

El 16 de mayo Crepes & Waffles publicó en su página de Facebook una imagen, similar a los individuales de papel de sus restaurantes, donde se muestran muchos pitillos con la identidad gráfica de la cadena y la leyenda: “Tu cambio de conciencia transforma y cuida. ¡Comparte este post con: #SinPitilloPorfa si tu decides no utilizar el pitillo!”. Este es un gran avance, teniendo en cuenta que lo primero que hace la cadena en sus muchos restaurantes es traer un pitillo, envuelto en papel, con la bebida. Un usuario, Andrés Ochoa, respondió a ese mismo post de forma breve y contundente: “Pero ustedes siguen entregando pitillo con las bebidas. ¡Mas acción, menos Facebook!”, decía. La respuesta del gestor de redes sociales de la empresa es reveladora: “Hola Andrés, el cambio de conciencia empieza en cada uno, nuestras niñas siguen ofreciendo el pitillo y cada persona tiene la decisión de usarlo o no. Cada día esperamos que más personas se unan y nos digan #SinPitilloPorfa. ¡Feliz día y muchas gracias por compartir tu opinión con nosotros!”: el equivalente a decir que quieren llevarse todos los aplausos sin hacer ningún esfuerzo. Esta es una forma efectiva de no comprometerse pero mantener la conciencia tranquila; equivale, más o menos, a decir: nosotros cumplimos con hacer la campaña bienintencionada, pero depende de los demás hacer el cambio. La de esperar que los demás hagan el cambio es una actitud muy común: es el piloto automático.

En Soho, en Londres, una iniciativa busca que varios restaurantes eliminen o reduzcan el uso del plástico. Allí sí hay compromiso: “La idea es simple –se puede leer en la página de Straw Wars–: o bien deshacerse del todo de los pitillos de plástico o entregarlos sólo cuando un cliente los pida”. En el momento de escribir esto, 66 establecimientos se habían inscrito en strawwars.org, donde quedan listados en un directorio y en un mapa de la ciudad: una forma fácil de promover los restaurantes que se suman a la iniciativa. Por si las dudas, en la página se incluyen varios datos: “Científicos calculan que cada año al menos un millón de aves marinas, cien mil mamíferos y tortugas de mar mueren tras enredarse en o ingerir polución plástica”; “Sólo en el Reino Unido, en promedio 3,5 millones de personas compran al día una bebida con pitillo en McDonald´s. Eso significa que 3,5 millones de pitillos son desechados al día sólo por clientes de McDonald´s”.

En Colombia el panorama está cambiando. Aquí somos veloces para copiar las tendencias de Estados Unidos y Europa, y convendría, cuando carecemos de iniciativa, imitar más rápido campañas como esta. He visto restaurantes más comprometidos con la eliminación del pitillo que Crepes & Waffles, que con su mensaje da la sensación de sumarse al rechazo del pitillo nada más por moda. En Emilia Romagna, por ejemplo, un papel bajado de internet y pegado en la pared dice: “No más pitillo”, y tiene varios datos: “1 minuto para fabricarlo”, “1000 años para descomponerse”, “20 minutos para su uso”, “Son de 100% polipropileno”, “Causa la muerte de más de 1000 especies marinas”. Cuando fui, no me trajeron ningún pitillo con la bebida, y lo agradezco. “Uno tiene la oportunidad de decidir conscientemente qué tiene un significado y qué no”, dice Foster Wallace en su discurso. Creo que el hecho de que no me traigan el pitillo significa que estamos en la misma página: hay cosas que simplemente, por lo bueno y lo malo que representan, no valen la pena. Y en este caso, creo, pedir que no traigan el pitillo no debería ser un favor: el mayor favor, el favor colectivo y realmente significativo, es desestimular el consumo innecesario del plástico.

¿Se acerca el final de los pitillos de plástico?

Campañas ciudadanas piden no utilizarlos para disminuir la contaminación por plástico en océanos.

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Ante la tendencia de disminuir el consumo de plásticos desechables, empresas le apuesta a otro tipo de pitillos.

Foto: Archivo particular

Ante la tendencia de disminuir el consumo de plásticos desechables, empresas le apuesta a otro tipo de pitillos.

Si los 500 millones de pitillos, que un solo día se producen en Estados Unidos, se amarraran como una larga vara, se lograría envolver a la Tierra 2,5 veces.

Este dato, que fue calculado por la iniciativa internacional El último pitillo plástico (The Last Plastic Straw), es una imagen que, aunque parezca ciencia ficción, evidencia cómo la producción y contaminación por residuos plásticos desechables en los ambientes marinos acumula cifras astronómicas año tras año.

Nada más en el 2015, según la ONG internacional Ocean Conservancy, que programa la jornada de limpieza de playas más grande en el mundo, se reunieron 18 millones de toneladas de basura en las playas del mundo.

En el listado de los objetos más colectados, el pitillo ocupa el quinto lugar (con cerca de 439.000 unidades encontradas en las playas) por debajo de las colillas de cigarrillo, las botellas de plástico, los empaques de comida y las tapas de botellas, que están en los primeros puestos respectivamente.

Estos tubitos de plástico, que tienen un tiempo de uso entre 10 y 20 minutos, pero cuyas partículas pueden navegar en las corrientes oceánicas por milenios, se han convertido en un problema global por su inadecuada disposición.

La gravedad del asunto ha llevado a que colectivos de ciudadanos de todo el mundo proclamen como su consigna ambiental: ‘Sin pitillo, por favor’ o ‘Mejor sin pitillo’. Son campañas en la que les piden a los ciudadanos cambiar sus hábitos de consumo.

Los colombianos ya no son ajenos a estos eslóganes que vienen calando en restaurantes locales, pero también en grandes cadenas como Frisby o Crepes & Waffles, empresas que, como parte de su responsabilidad social, le han apostado a disminuir el uso de los pitillos.

Sumados a las bolsas, tapas y otros desechos derivados del petróleo, estos utensilios son parte de los objetos que hoy tienen en jaque a los océanos.

Según cálculos de la investigación internacional ‘La nueva economía del plástico’, que elaboró el Foro Mundial Económico, en 30 años los mares tendrán más plástico que peces, si se tiene en cuenta que pesarán más las toneladas del material que de los mismos animales marinos.

A eso se le suma, como advirtió un equipo de investigadores de universidades en California (Estados Unidos) y Australia, que actualmente el 60 por ciento de todas las especies marinas tienen en sus intestinos rastros de ese material, según los resultados de la investigación que publicaron en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America.

Un invento moderno

¿Pero cómo un invento de uso tan simple como el del pitillo se convirtió en un objeto tan cuestionado?

El pitillo (popote o pajilla, como se le dice en otros países), tal y como se conoce en su versión plástica, se popularizó a comienzos de 1970, cuando quedó rezagada la versión en papel, que por mucho tiempo fue la de uso más extendido.

Sin embargo, este no es un invento del todo moderno. Vale la pena recordar que diferentes culturas –que van desde pueblos indígenas en América hasta poblados en la época de la civilización mesopotámica– utilizaron diferentes materiales derivados de la naturaleza para destilar o consumir cierto tipo de bebidas.

En tiempos recientes, según el Lemelson Center para el Estudio de la Invención y la Innovación, que hace parte del reconocido Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano de Estados Unidos, el pitillo de papel fue un invento de Marvin Stone, un americano que tenía una fábrica de boquillas para cigarrillos y quien se cansó de los pitillos de centeno, que dejaban residuos en el vaso. Utilizó un lápiz, lo rodeó de papel y comenzó a diseñar el modelo del pitillo moderno. Patentó su creación en 1888 y en menos de dos años ya su empresa fabricaba más pitillos que los mismos soportes para cigarros.

En los años treinta, otro norteamericano, Joseph B. Friedman, se inventó la manera de doblarles la punta a los rígidos palillos y con eso creó los vistosos flexible straws, los pitillos flexibles, que son tan frecuentes en batidos, malteadas o sorbetes.

Los hospitales, donde los pacientes tenían dificultades para tomar directamente del vaso, fueron los primeros en tildar el invento de “sanitario” y beneficioso para “disminuir la propagación de enfermedades de contacto”.

Sin embargo, el gran salto de este invento fue hacia mediados de los años 60 y 70, cuando se popularizaron los elementos derivados del petróleo y se extendió en restaurantes y otros establecimientos los empaques desechables.
De la mano de este boom se creó toda una serie de diseños en modo de espiral y con creación de diferentes figuras a partir del tubo plástico, que fueron explotados por la publicidad como llamativos objetos de mercadeo.

No obstante, a medida que se empezaron a evidenciar los efectos nocivos para el medio ambiente por los desechos de plástico, no solo porque son derivados del petróleo –que en su explotación genera gases de efecto invernadero– sino por su contaminación en el océano, diferentes sectores ambientales comenzaron a crear campañas para concientizar a los ciudadanos sobre los riesgos de su uso excesivo y muchas veces innecesario.

Estos implementos estaban poniendo en peligro ecosistemas tan únicos como los de las tortugas marinas, que al confundir los pitillos con alimento u otro elemento natural terminaban con alguna unidad enterrada en sus narices.

Hace un par de años, Mariana Matijasevic y Clara Inés Pérez, dos profesionales antioqueñas, conscientes de lo que estaba pasando, dejaron atrás el uso de pitillos y redujeron por completo su gasto de desechables.

Ambas, integrantes del colectivo Ciudad Verde– que promueve el desarrollo sustentable en las ciudades– son las líderes de una campaña en redes sociales conocida como ‘Mejor sin pitillo’ que ya tiene más de 4.000 adeptos en Facebook.

La campaña ha logrado destacar la labor de cerca de 15 restaurantes en Medellín, que por iniciativa propia no ofrecen estos utensilios, con lo que se “disminuye al menos un 70 por ciento el consumo”, asegura Pérez.

Debate sobre la utilidad

Entre las preguntas más frecuentes en redes sociales sobre la campaña está la duda sobre qué tan higiénico es que se consuma directamente del vaso.

“Hay varios mitos. Un pitillo no es un filtro, si la preparación no es potable, el pitillo no te está salvando de nada. Y si es por la limpieza del vaso, las bacterias no están sentadas en el borde, si el vaso está infectado es todo por completo. El pitillo da la ilusión de que uno no está entrando con potenciales elementos contaminados, pero el pitillo no es garantía de asepsia”, critica Matijasevic.

Otro cosa piensa Carlos Alberto Garay, presidente de Acoplásticos, la asociación que agrupa a los productores de plásticos en el país. Según él, no se puede olvidar que la razón fundamental del pitillo “es la higiene y las condiciones para la salud de las personas”.

“Además, los pitillos aparecieron en el mundo como una forma de ahorro de agua, la que se utiliza para la limpieza de los vasos de vidrio”, argumenta.

De acuerdo con el médico Carlos Francisco Fernández, editor médico de EL TIEMPO, no existe evidencia científica de que los pitillos contribuyan efectivamente a la disminución de la propagación de enfermedades. Aunque, reconoce que son recomendables para los pacientes que por alguna razón tienen una limitación donde no pueden mover la boca o que, por el contrario, necesitan fortalecer algunos músculos faciales.

También, explica, que en algunos casos son utilizados para el destete del biberón en los niños, pero que no se necesita que el material de los pitillos sea plástico.

Menos consumo

Garay, el vocero mayor de Acoplásticos, acepta que “las campañas deben ir encaminadas a un consumo responsable, que lleve a la racionalización del uso y a propiciar el reciclaje”.

El dirigente asegura que se están adelantando esfuerzos para que los pitillos puedan ser colectados, molidos y nuevamente utilizados.

Sin embargo, como han analizado diferentes ONG, por la calidad volátil del material de los pitillos y las bolsas se hace fácil que se pierda, llegue a fuentes hídricas y, por tanto, contamine los ecosistemas marinos.

De hecho, según cálculos internacionales, menos del 5 por ciento del plástico se recicla.

Ahora, como explican las integrantes de la Ciudad Verde, el no consumo sí evidencia un cambio significativo. Por ejemplo, en pequeños restaurantes de Medellín se han dejado de utilizar hasta 155.000 pitillos al año y la cadena de restaurantes Frisby, que viene impulsando esta campaña en sus 222 tiendas, en tan solo un mes ha logrado disminuir el consumo de más de 120.000 unidades.

Colombia empieza a regular este material

A finales de abril de este año, el Ministerio de Ambiente anunció la primera regulación nacional sobre el uso de las bolsas plásticas.

El objetivo de la norma es que solo circulen bolsas de tamaño superior a 30 x 30 centímetros, que sean de un material con un calibre suficiente para soportar la carga definida y lleven un mensaje educativo que concientice a los consumidores de hacer un mejor uso de estos implemento.

Adicionalmente, las grandes superficies, farmacias y tiendas de cadena –establecimientos donde en principio regirá la medida– tendrán que ofrecer empaques en otros materiales como alternativas para llevar los productos.

Como parte de la campaña que se denomina ‘Reembólsale al planeta’, también se estableció que cada último viernes del mes se llevará a cabo una jornada de uso responsable en la que se invita a los consumidores a llevar su propio contenedor a los almacenes para ir creando un hábito que disminuya la vieja costumbre de pedir una bolsa plástica hasta para cargar un cepillo de dientes o una chocolatina.

LAURA BETANCUR ALARCÓN
Redactora de EL TIEMPO